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sábado, 13 de agosto de 2011

RELATO CORTO



Como cada domingo, al volver de la última misa, sabia que iba a encontrar la casa vacía. Su hermana no volvería hasta entrada la madrugada, como siempre, con chispitas en los ojos y una media sonrisa tonta. Eran muchas horas en vela esperándola, con las cuentas del rosario volteándole los dedos y la mente muy lejos.
Ritualmente acudió a su cita con “Lo que necesitas es amor”, pero en esta ocasión no lloró. Mas tarde, ya en su habitación, instalada en el reclinatorio, le pidió a Dios por enésima vez, que le encontrara un hombre bueno que la respetase e hiciese feliz. Llevaba cuarenta años pidiéndolo, noche tras noche.
En medio de un Padrenuestro, su lengua desconectó, su pensamiento lo había hecho mucho antes. ¡Me cago en Dios! – Le sorprendió su voz tenue. Encogió los hombros como esperando un fuerte impacto. ¡ME CAGO EN DIOS!, gritó.
Se levanto ágil como si hubiera vuelto a los dieciocho años y se dirigió a la habitación de su hermana, abrió el armario y tomo un vestido, cualquiera era excesivo para ella. Se observó en el espejo. Se encontraba bella por primera vez en mucho tiempo. Con el corazón acelerado, se trabajó en el tocador.
Con una serenidad que escapaba a su lógica, pulso el timbre de su vecino. Este, cada día al coincidir en el ascensor, con la mirada le decía: “Te espero”. Y ella bajando los ojos: “Nunca”. Se oyeron pasos que se confundían con los latidos de sus sienes. Se abrió la puerta. También ahora solo hablaron las miradas.
Con la dulzura de un amante la desnudó. Con la justa delicadeza de un amador, la poseyó. Mientras era penetrada, oyó la voz de Díos.

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