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lunes, 30 de enero de 2012

RELATOS CORTOS. 7

LA CAJA.

Se preguntó aquella mañana, como tantas veces en los últimos tiempos, si su situación era, o no, limite; si había llegado al final o se podía seguir en aquel estado.
Todas las puertas se habían cerrado ante el. Todos los caminos llevaban a ninguna parte, ahora. Ya nada tenia sentido. O mejor dicho, algo si tenia sentido para él aquella mañana, era lo último, su última posesión.
Era la herencia, era el legado de su padre.
Acarició la caja y su padre apareció en el recuerdo, en el lecho, acabado, como aparecía siempre que la tomaba entre sus manos. No le quedaban otras imágenes de él, al menos en su memoria inmediata. Debía esforzarse si quería recordarlo fuera de aquel momento, o su voz. Y la caja.
La caja había acompañado toda la vida de su padre que el recordaba, como también la suya desde que la heredó. Quizás su padre conociera el contenido, pero él no. Así lo había prometido y así lo cumplió, no abrirla salvo al final. En el límite le dijo.
Fue un buen hijo y mantuvo su palabra, al menos hasta aquella mañana, y ahora se preguntaba si este era el límite en el que su padre pensaba cuando se la legó.
La caja tembló sobre sus piernas nerviosas. La había tanteado tantas veces. La había sopesado y escuchado su interior al agitarla. Solo podía adivinar que contenía algo no muy grande pero, sin duda, pesado, como de hierro.
Le dio varias vueltas, la miro como tantas veces por todos lados, luego se la llevó al oído y la agito con más fuerza de lo acostumbrado.
La explosión fue tan fuerte que sus restos se diseminaron en un ancho radio de aquel lugar apartado. Las pequeñas porciones de su cuerpo desaparecieron devoradas por las alimañas en los días sucesivos, nadie llegó a encontrar nunca sus restos. Nadie se pregunto nunca que hacia aquel cráter en medio del vertedero.
Nunca llego a saber que le había dejado su padre. Su herencia fue el olvido.

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